En una sociedad donde los discursos muchas veces se desvanecen entre promesas vacías y protagonismos sin propósito, escuchar a Juan Guillermo Salazar Pineda —gerente de proyectos de Risvalley— es como encontrar un faro en medio de la niebla.
Con la serenidad de quien ha recorrido el camino desde la pobreza hasta la influencia social, Salazar no solo cuenta su historia, sino que plantea un reto: transformar a Risaralda en un referente de ciencia, tecnología e innovación, con base en la colaboración genuina entre gobierno, empresa, academia y sociedad civil.
“No nos pongamos a inventar la rueda... aprendamos de modelos que ya han funcionado, como Florianópolis en Brasil”, sentencia con claridad.
Una política pública de 10 años en Pereira marca un antes y un después, pero para que no se quede en papel, Salazar insiste en la necesidad de estructurar proyectos sólidos, sin egos, sin intereses ocultos, y sobre todo con visión a largo plazo.
El problema, según expone, es estructural: el 85% de los directivos de pymes y microempresas en Colombia no están familiarizados con procesos de innovación. Y en un mundo cambiante, esto no solo es una desventaja, es una condena.
Pero no todo es crítica. La conversación fluye con esperanza. Salazar no habla desde el privilegio, sino desde la experiencia. Cuenta cómo él y sus hermanos superaron la pobreza: con valores, educación pública de calidad y una cultura de productividad inculcada desde casa.
“No volvernos parásitos del Estado... desde siempre nos enseñaron a rebuscárnosla.”
En su visión, Risvalley debe ser el catalizador del cambio, un actor que articule universidades, empresas y políticas públicas para sofisticar la economía regional y generar empleo de calidad. Como lo hizo China, explica, donde la planificación y los incentivos estratégicos permitieron que más de 700 millones de personas salieran de la pobreza.
Este no es un discurso técnico. Es una invitación. Una provocación amable pero contundente:
“A los jóvenes: no se dejen atrapar por el cortoplacismo. Los grandes logros no llegan de la noche a la mañana. Soñemos en grande.”
Y como buen lector, cinéfilo y madrugador incansable —dice levantarse a las 3 a.m.—, Juan Guillermo tiene claro su destino: consolidar su legado y seguir sirviendo, porque “no sabe jugar billar, ni tejo, ni cartas”... pero sí sabe construir país.
Con nostalgia, recuerda su infancia entre fríjoles y Calimán, pero siempre con el mantra que marcó su vida:
“Serenidad y paciencia, mi querido Solín.”
Ese mismo llamado —a la serenidad, la paciencia, la visión y la persistencia— es el que hoy lanza a todos los que aún creen que un mejor Risaralda, y un mejor país, es posible.